Después de tantos años de andar en peldaño y peldaño, en ir y venir, luego de tantas experiencias en la vida misma, hoy en día, es evidente que la gente ya no respeta nada ni a nadie, ya no se respeta así mismo, en aquellos años donde colocábamos en un altar la virtud, el respeto, el honor, la verdad, la justicia, el amor, la palabra, la amistad, la sinceridad, la humildad.... La verdad es que la corrupción se pasea en nuestras vidas, en nuestros días. La Ley se obedece en algunos casos para lo conveniente, para algunos pocos, para unos pocos que se traduce en ocasiones a una inmensa mayoría, pero beneficiando a otros pocos, la virtud, el honor y la ley han desaparecido en nuestras vidas.
En nuestras escuelas de este “Mundo al Revés”, se enseña que el hierro debe flotar y el corcho hundirse, que las serpientes aprenden a volar y los peces a trepar un árbol, que el mundo al revés premia al revés: desprecia la honestidad, castiga el trabajo, recompensa la falta de escrúpulos y alimenta el canibalismo. Sus maestros calumnian la naturaleza: la injusticia, dicen, es la ley natural.
Aquí se suele decir que la naturaleza recompensa a los más aptos y castiga a los inútiles; y más de un siglo después, muchos dueños del mundo siguen creyendo que Charles Darwin escribió sus libros para anunciarles la gloria. ¿Supervivencia de los más aptos? La aptitud más útil para abrirse paso y sobrevivir, el instinto asesino, es virtud humana cuando sirve para que las grandes empresas hagan la digestión de las empresas pequeñas y para que los países mas fuertes devoren a los países más débiles, pero es prueba de bestialidad cuando cualquier persona sale a buscar trabajo sin comida, pero con un cuchillo en la mano.
Los enfermos de la patología Antisocial, locura y peligro que cada pobre contiene, se inspiran en los modelos de buena salud del éxito social. Los delincuentes aprenden lo que saben elevando la mirada, desde abajo, hacia las cumbres; estudian el ejemplo de los triunfadores y, mal que bien, hacen lo que pueden para imitarles los méritos. Pero los «jodidos siempre estarán jodidos», como solía decir don Emilio Azcárraga, que fue amo y señor de la televisión mexicana. Las posibilidades de que un banquero que vacía un banco pueda disfrutar, en paz, del fruto de sus afanes son directamente proporcionales a las posibilidades de que un ladrón que roba un banco vaya a parar a la cárcel o al cementerio.
Cuando un delincuente mata por alguna deuda impaga, la ejecución se llama ajuste de cuentas; y se le llama plan de ajuste a la ejecución de un país endeudado, cuando la tecnocracia internacional decide liquidarlo. El malevaje financiero secuestra países y los cocina si no pagan el rescate: si se compara, cualquier hampón resulta más inofensivo que Drácula bajo el sol. Resulta que la economía mundial es la más eficiente y clara expresión del crimen organizado, los organismos internacionales que controlan la moneda, el comercio y el crédito practican el terrorismo contra los países pobres, y contra los pobres de todos los países, con una frialdad profesional y una impunidad impresionante, que dejaría mas ciego al ciego y mas mudo al mudo.
En el arte de engañar al prójimo, los grandes estafadores practican cazando incautos por todas las calles, llegan a lo sublime cuando algunos políticos de éxito ejercitan su talento, en los suburbios del mundo, los jefes de estado venden los saldos y retazos de sus países, a precio de liquidación por fin de temporada, como en los suburbios de las ciudades los delincuentes venden, a precio de baratija, el botín de sus asaltos, los pistoleros que se alquilan para matar realizan, en plan minorista, la misma tarea que cumplen, en gran escala, los generales condecorados por crímenes que se elevan a la categoría de glorias militares.
Los asaltantes, al acecho en las esquinas, pegan zarpazos que son la versión artesanal de los golpes de fortuna asestados por los grandes especuladores que desvalijan multitudes por computadora, los violadores que ferozmente violan la naturaleza y los derechos humanos, jamás van presos, pues ellos tienen las llaves de las cárceles, en este mundo tal cual es, mundo al revés, los países que custodian la paz universal son los que más armas fabrican y los que más armas venden a los demás países, los países que deciden y dan la buena pro contra la guerra al narcotráfico, son los que mayor producción y consumo poseen; los bancos más prestigiosos son los que más narco-dólares lavan y los que más dinero robado guardan; las industrias más exitosas son las que más envenenan el planeta; y la salvación del medio ambiente es el más brillante negocio de las empresas que lo aniquilan. Son dignos de impunidad y felicitación quienes matan la mayor cantidad de gente en el menor tiempo, quienes ganan la mayor cantidad de dinero con el menor trabajo y quienes exterminan la mayor cantidad de naturaleza al menor costo.
Hoy en día caminar es un peligro y respirar es toda una hazaña en estas grandes ciudades del país, que forman parte de un mundo al revés, quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen, el mundo al revés nos entrena para ver lamentablemente al prójimo como una amenaza y no como una verdadera promesa, nos reduce a la soledad y nos consuela con drogas químicas y con una inmensidad de amigos cibernéticos. Estamos condenados a morirnos de hambre, a morirnos de miedo o a morirnos de aburrimiento, si es que alguna bala perdida no nos abrevia la existencia. ¿Será esta libertad, la libertad de elegir entre esas desdichas amenazadas, nuestra única libertad posible? El mundo al revés nos enseña a padecer la realidad en lugar de cambiarla, a olvidar el pasado en lugar de escucharlo y a aceptar el futuro en lugar de imaginarlo: así practica el crimen, y así lo recomienda.
En su escuela, escuela del crimen son obligatorias las clases de impotencia, amnesia y resignación, pero está visto que no hay desgracia sin gracia, ni cara que no tenga su contracara, ni desaliento que no busque su aliento. Ni tampoco hay escuela que no encuentre su contra escuela. Cada día, se le niega a los niños el derecho de ser niños, los hechos, que se burlan de ese derecho, imparten sus enseñanzas en la vida cotidiana, esta sociedad trata a los niños, hijos de padres adinerados como si fueran dinero, para que se acostumbren a actuar como el dinero actúa, el mundo trata a los niños, hijos de padres pobres como si fueran basura, para que se conviertan en basura y a los del medio, a los niños que no son ricos ni pobres, los tienen atados frente a un televisor, para que desde muy temprano acepten, como destino, la vida prisionera. Suerte y mucha magia tienen los niños que consiguen ser niños, porque detrás de esa inocencia no queda más que inocencia, inocencia que pretende ser arrebatada a diario en esta sociedad tan acelerada y perdida de la cual formamos parte.
En algunas de las grandes ciudades de Venezuela, los secuestros se han hecho costumbre, y los niños crecen encerrados dentro de la burbuja del miedo, habitan mansiones amuralladas o grandes barrios, grandes casas o grupos de casas rodeadas de cercos electrificados y de guardias armados, o humildes viviendas rodeadas de más miseria, pobreza y violencia. Los niños viajan, como el dinero, en autos, otros a pie. No conocen, más que de vista, su ciudad, pocos descubren el subterráneo en París o en Nueva York, los afortunados se muestran orgullosos en fotografías para su círculo amistoso y social, pero pocos se sienten orgullosos si usan el transporte masivo de nuestro país, de hacerlo muestran la otra cara de la moneda, no viven en la ciudad donde viven, sobreviven. Tienen prohibido este vasto infierno que acecha su minúsculo cielo privado, más allá de las fronteras, se extiende una región del terror donde se le enseña que la gente es fea, sucia, envidiosa y malvada, en plena era de la globalización, los niños ya no pertenecen a ningún lugar, pero los que menos lugar tienen son los que más cosas tienen: ellos crecen sin raíces, despojados de la identidad cultural, y sin más sentido social que la certeza de que la realidad es un peligro.
Su patria está en las marcas de prestigio universal, que distinguen sus ropas y todo lo que usan, y su lenguaje es el lenguaje de los códigos electrónicos internacionales, en las ciudades más diversas, y en los más distantes lugares del mundo, los hijos del privilegio se parecen entre sí, en sus costumbres y en sus tendencias, como entre sí se parecen los centros de compras y aeropuertos, que están fuera del tiempo y del espacio. Educados en la realidad virtual, se deseducan en la ignorancia de la realidad real, que sólo existe para ser temida o para ser comprada.
.- Juguetes para ellos: rambos, robocops, ninjas, batmans, monstruos, metralletas, pistolas, tanques, automóviles, motocicletas, camiones, aviones, naves espaciales.
.- Juguetes para ellas: barbies, heidis, tablas de planchar, cocinas, licuadoras, lavarropas, televisores, bebés, cunas, mamaderas, lápices de labios, ruleros, coloretes, espejos.
Desde que nacen, los niños son entrenados para el consumo y para la fugacidad, y transcurren la infancia comprobando que las máquinas electrónicas son más dignas de confianza que las personas, ellos serán lanzados a toda velocidad a las autopistas cibernéticas, confirmando su identidad devorando imágenes y mercancías, los ciberniños navegan por el ciberespacio con la misma soltura con que los niños abandonados deambulan por las calles de la ciudades.
Los niños aprenden con impresionante velocidad y certeza que deben ser respetados por sus padres, pero no lo contrario, mucho antes de que los niños dejen de ser niños y descubran las drogas que aturden la soledad y enmascaran el miedo, ya los niños están aspirando gasolina o pegamento, mientras los niños juegan a la guerra con balas de rayos láser, ya las balas de plomo amenazan a los niños de la calle. En América latina, los niños y los adolescentes suman casi la mitad de la población total, la mitad de esa mitad vive en la miseria, miseria que en ocasiones trata de ser simplemente efímera para la realidad, en América latina mueren cincuenta niños, cada hora, por hambre o enfermedad curable, pero hay cada vez más niños pobres en las calles y en los campos de esta región que fabrica pobres y prohíbe la pobreza, niños son, en su mayoría, los pobres; y pobres son, en su mayoría, los niños. Elias Cabeza
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