La más destructiva de las armas no lo son la lanza o
el arma, que pueden herir el cuerpo y destruir una muralla, la más
terrible de todas las armas es la palabra, que arruina toda una vida,
sin dejar vestigios de sangre, cuyas heridas jamás cicatrizaran.
Seamos por tanto, amos de nuestra lengua, para no ser esclavos de
nuestras palabras, aunque ellas sean usadas contra nosotros, no
entremos en un combate que jamás tendrá un vencedor.
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